11 de junio de 2018. Mediatarde.
La escritura se abre paso entre mis huesos, y la memoria, y el sesgo movedizo de mí. Flor de loto. La escritura, maravillosa música que me rescata del desasosiego y la ansiedad.
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El río siguió, y los días. El agua ya no es igual pero llegué a rozar la superficie con el tope de mis dedos. El río siguió y al comienzo no pude entenderlo. El cúmulo de horas y minutos sirven para entrar en mí misma en puntas de pie y hacerme bien. Elegir bien los finales. Poder abstraerme y observar mi propia sombra: mi reticencia, mi indecisión, mi reclusión, mi abandono, mi falaz autopreservación.
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Casi la compasión, cae la calma. Blackmooning y otras posibilidades. Las manos entre los muslos. Soñar la madre. Despertar con un mantra. Preparar café. Encender un sahumerio de sándalo. Escuchar la canción de la conciencia y la del tiempo y la de dejarse caer. Confundir una palabra por otra (o no, nada, para tanto). Inventar un título o un poema. Leer algo sobre el azul: es la oscuridad hecha visible.
Todo lo que me rodea, espeja y entrevera. Que la escritura sea lo que la escritura es: ese río entre los dedos. Lo que pasó ya no existe, pero yo permanezco, distinta.
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Medidas de acción ante la desesperación:
abrirme como fruta madura
hacerme el amor
entregarme a mí misma.