Día 27.
La mesa. El otoño. El cariño. El rastro felino de luz entre las plantas y nosotras. La poesía. El abrazo circular.
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Abrí el libro al azar y rozó la ausencia. Adentrada en la tarde, fue una página distinta la que me hizo recordarlo. Elegí no decirlo, en un intento de desescribirlo de mi vida, como si al no nombrarlo se deshiciera en el fino aire. No todo intento consuma el deseo.
Quisiera chasquear mis dedos y empezar de cero. Así: Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Pero entonces, ¿qué sería de mí sin la memoria?
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Ayer, al despedir a mis amigas, me pregunté cuántas despedidas verán a diario los conductores anónimos.
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Hacer de “retrovisar” un verbo. Amor inventado: retroversar.
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Cuando la curiosidad me abarca me detengo en detalles azarosos, como el destino de los aviones que sobrevuelan La Casa, cuántas veces se habrá enamorado tal o cual extraño, qué estarás haciendo ahora (en el momento en el que escribo esto) o después (en el momento en el que quizás lo leas). A veces soy un cúmulo de preguntas, de duda, de miedos. Es en ese momento en el que la escritura me salva; en ese “nombrar”, aunque duela, aunque siempre hayamos llegado tarde.

 

Esta entrada del diario pertenece al desafío “30 días de escritura” de Maitena Caimán.
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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