Día 21.
Nati me indica un nuevo ejercicio. Aquí, el equilibrio. Ser el sostén del propio cuerpo es, sin duda, otra metáfora que se abre. Los músculos de mi pierna se tensan como el hilo que nos une nos separa y nos une y nos separa y nos une. Ajusto el abdomen para no titubear. “Cuando extiendas las piernas, elevás los brazos; y al traerlas de vuelta llevás los brazos hacia abajo”, dice Nati. Ejecuto la secuencia. Las palmas de las manos rozan la superficie de las caderas, territorio tan colonizado por la angustia y el rechazo. Repito la serie, ganando mayor equilibrio cada vez, hasta llegar a la caricia. Empiezo a reírme y le confieso a Nati: soy un pájaro de nuevo. Miro hacia la pared roja. En los certificados de Mabelita, mamá de Nati, asoma una palabra: azul. Entonces dejo de ser humana y por una fracción de segundo es el pájaro azul el que me toma. Vuelo, vuelvo, vuelo, vuelvo, vuelo más y más y más alto, por encima de mis posibilidades.
¿Verdad esta naturaleza que amanece a pesar de la tarde? Verdadera es esta versión del mundo en la que todo me habla. Este afán de convertirlo todo en poesía, en algo que nace y empieza a latir, esta música desde la otra habitación. Sutil interlineado de la materia. Silencio polvoriento iluminado este subtítulo transparente del mundo; esta escritura en braille luminoso.
Voy guionizando cada momento a medida que pasa, como si algo más poderoso que yo-misma escribiera a través mío, como ʟᴀ voz detrás de mi voz. Las voces.
Esta entrada del diario pertenece al desafío “30 días de escritura” de Maitena Caimán.
Imagen: Amy Judd