Leo. La tibieza del mate sobre el costado izquierdo del rostro. Lo hice de forma automática, inesperada, como esa vez que saqué un pasaje de micro antes del invierno, después de leer las cartas de madre.
Son distintas ahora las cartas que leo, pero el amor está siempre presente. Va filtrándose entre la curvatura de las letras y las metáforas, lábil, igual que el agua o la esperanza. Logra ese diálogo, esa alianza viva entre quien escribe y quien recibe; esa muerte del silencio, de lo no dicho.
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Con la temperatura del mate entre las manos, observo las botas azules de madre en la foto de Ori. Quiero que Ori sea parte de este diario, por eso la nombro. Quiero que exista un registro de las mujeres que dejan huella en mi vida. La escritura: ese rastro de existencia.
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La Casa está tranquila hoy. Sobre la mesa del patio reposan los espejos, de cara a un cielo que merma. Estoy tranquila. Es la primera vez que el desorden me lleva a la calma.
El jueves le confesé a Maga que estamos entendiendo que La Casa es algo que nos potencia, y no que nos arraiga. La tierra y el mar conviven. Así me siento hoy: soy la totalidad.
Reposo sobre el momento como los espejos. Soy lo concreto y lo estático en el suave movimiento del agua. Podría volver la lluvia, no importaría. Me sostengo con este cuerpo de mujer. Me declaro mi propio faro. Doce segundos, luz, doce segundos, luz, doce segundos…
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La grisura intermitente. El polvo. El reflejo. El alud. La vida de una mesa. Ver una imagen y verme: un péndulo permanece quieto para marcar el lugar.
Imaginé el sol entrando en la casa, en ese patio cubierto.
Qué lindo que ya la conozcas y puedas imaginarlo 🙂 Próximamente habrá círculo y charla. Te aviso ❤