29 de abril de 2018. Luna llena en Escorpio.

Afuera llueve. Adentro se repasan las señales que aparecen, las historias que me cuento y me cuenta la música. El azul del mar y el azul de la noche que llega. No se podrá ver la luna hoy. No su luz completa y el círculo blanco, ni ese rostro que le dibujaba cuando era niña. Pero todo sigue acá, aunque reniegue de esto. Todo sigue. Abro las puertas, corro cuadros y cortinas. Las paredes delatan lo que no quiero mostrar, esa humedad; esa grieta del tiempo que grita la timidez, la intimidad, la tibieza.
¿Qué habrás visto en los muros de mi cuarto? “Vino el miedo”, dijiste. “Para aprender a nadar hay que lanzarse”, pensé. Pero no te lo dije. Nunca lo digo.
Yo corro cuadros y cortinas, preparó café. Repaso los marcos. Guardo las frases literarias y los nombres de ciudades. La huella de una escala en septiembre. Una etiqueta de equipaje de mayo. Una postal de finales de marzo. La deconstrucción de La Casa. La construcción del Hogar. 
Nunca lo dije. Me pregunto qué me falta, cuánto me falta para decir, para saltar al otro lado. Para levantarme la falda y mostrarte qué tan azul puedo ser. Para mirar de frente al miedo, acariciarlo y aclararle que sí, que gracias, pero que en este lugar, a partir de ahora, el amor.
Las paredes desnudas. Yo las desnudo. Cuando vuelvas, si decidís volver, nada será lo mismo. Tampoco yo.
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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