Aún no he encontrado la forma de sentarme a escribir el temporal que me habita, el temporal que se ha sentado a esperar junto a las vías del tren que van desde la entraña hasta la boca. Las palabras no salen, las palabras se han negado a permitirme conciliar el sueño en los últimos días, en la última vida.
Busco consejo en Anaïs: “Sí, hay que vivirlas, sólo entonces averiguamos en qué consisten, y sólo entonces llegamos a la claridad y sabemos a quién amamos. No debes huir de ellas.”
Lo entiendo: Transitar las confusiones. Tengo que transitar el desvelo, la pérdida de control; este miedo a caer en las manos de oniria y dejarme llevar; este vértigo a volver a ver un rostro que trae paz y deseo, fuego y desorden. Su rostro me trae el desorden.
No hay madre que pueda contenerme. Digo: Esto es parte de crecer. Transitar la confusión, mirar de frente a mis miedos y entender que conviven conmigo. Transitar el silencio, la falta, las pérdidas, el ocaso de las historias que pensé que durarían más de un párrafo; el sueño impronunciable en el que afloran mis fantasmas.
Transitar los miedos
también es
transitar el amor.
Aún no he encontrado la forma de sentarme a escribir el temporal; tal vez aún no sea tiempo. Quizás necesite que el temporal me sacuda desde adentro para soltar este afán de control que me sigue hace años; este control con forma de galgo imperturbable que me acompaña desde chica.
Es hora de soltar las cadenas.
Anaïs dice: “Ahora puedo entrar en la vida. Esta es mi clave […] Cuando escribo el libro, lo utilizo como si fuera dinamita porque me arroja, de un estallido, lejos del aislamiento.”
Aún no he encontrado la forma de sentarme a escribir el temporal, pero lo intento. Lo intento para soltar las cadenas, para acercarme a quienes sienten parecido, por la mansa esperanza de la posibilidad.
Lo intento
para transitar el amor.
Imagen onlyemilyacosta.tumblr.com