He comenzado un libro que inicia con la frase “Cantando sobre los huesos“. Esto me recuerda al día que encontré el movimiento en la quietud del corazón.
Hablo con mi madre a pesar de los huesos hechos trizas, le digo: Mamá, creo estar convirtiéndome en mujer, creo que he aprendido a no temerle al sexo y a la intensidad de lo efímero. Hablo con mi madre de mujer a mujer. Este diálogo será la primera sílaba de páginas azules, bosques y raíz; páginas que relatarán la agridulce travesía entre la hija y la mujer.
Le he dicho adiós a la máscara de los puntos suspensivos, a los hombres que se transforman en hiedra sobre las manos y los pies y el corazón. Le he dicho adiós a las persecuciones del yo versus yo, al homicidio de mis posibilidades. He pronunciado un adiós a la forma humana de mis padres, a la caricia de mi abuela; a los apuntes del colegio, las estadísticas y los análisis sintácticos; a la fuga… estoy aprendiendo a decirle adiós a la fuga para encontrar la libertad adentro mío: El cigoto de la mujer indómita se hace luz a través .
Podría nombrar 40 formas aleatorias de decir adiós, 40 formas o más en las que he aprendido a crecerme la mujer que hoy se sienta en frente de un teclado para abrirse el pecho y convertirse en aluvión de mariposas de papel. Podría volar a París y perderme sin relojes y sin mapas. Podría convencerme de que todo va a estar bien y esto es algo pasajero, que no pasa nada, que el invierno es algo que se guarda en el mismo cajón de las historias cobardes. Podría hacer lo que hice todas las veces anteriores: escribir una carta, relatar un adiós, incendiar las palabras y pedir que el humo me devuelva la poesía y la gacela y la certeza de que viene algo mejor.
Pero no; hoy, la mujer que escribe hoy, la mujer que se está haciendo en el mismo instante en el que esta sucesión de letras tratan de explicar lo que sucede por dentro; la mujer que se sienta del otro lado de lo que tú estás leyendo ahora, a futuro; esta mujer ya no puede mentirse a sí misma. 
La mujer que está creciendo necesita transitar el estadío de la duda para elegir un camino. Esta vez el fuego no será suficiente. “Tendrás que aprender a cantar“, dice. Estamos siendo una, ya nos han crecido las cuerdas vocales. 
La mujer indómita repta como la serpiente que viene a enseñarme de la vida en el desierto, de la supervivencia en tierras áridas de verbos, de las raíces del silencio y el amor. “Tendrás que aprender a cantar sobre tus huesos“.
De fondo suena un piano y mientras quedó suspendida en sus notas, cesa la escritura, digo “Gracias” y escribo: “Estoy empezando a convertirme en canción“. La libertad, en ocasiones, viene en forma de lágrima.
* Han pasado 2 semanas y aún no he terminado de deshacer las maletas.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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