I.
En ocasiones la escritura viene a mí como un espasmo, como una necesidad que regurgita. Sin embargo, reconozco otro estilo de escritura. La escritura que se vive como una medición del pulso. Me tomo el pulso, tranquila, sólo para asegurarme que sigo con vida. Pienso: “Aledaña” será un libro para aquellos que sufren vértigo de amor, o han intentado vencerlo.
II.
He decidido que no transcribiré ni una palabra más de mi cuaderno de viaje para devolverlo a su estado original: el secreto.
Pero hay algo que es verdad: no he podido dejar de escribirte y siento que mi escritura se ha partido al medio. No es la misma, yo tampoco.
III.
Ahora escribo en el espasmo desde arriba del 133. He sacado el cuaderno y escribo el movimiento de este instante en el que pienso que el barrio de Flores no hace más que recordarme a mi madre.
Y mientras el semáforo nos detiene, pienso en que ni una sola canción ha dejado de recordarme a ti.
He encontrado un plano de la ciudad dentro de una bolsa que contiene un mensaje: “Soltar los mapas”. En el plano marqué los lugares que visité un día antes de partir. En el plano no figura la escritura de los días sin nombre que desconocen el tiempo, ¿sabes? Pero los recuerdo con una sonrisa mientras el sol no deja de darme de lleno en el rostro.
IV.
Hoy ha sido un buen día en el que me he dado cuenta de que algunos encuentros son un punto de inflexión, un refugio para la esperanza de que si nos dejamos llevar, los resultados pueden cambiarte la vida.
Pero voy a dejar ya de divagar y de contarte cosas sin sentido; voy a usar el hecho de que el 133 ha retomado su marcha como excusa.
El movimiento, sí.
Mi pulso nunca ha sido bueno para escribir en movimiento, esto nunca te lo dije. Y sin embargo, no por eso he dejado de escribir.
Imagen vía kradify.tumblr.com