17 de agosto, 2.30 am.
Ballad of Big Nothing
Me siento a escribir cuando no debería, pero aun así me siento porque son casi las 3 de la mañana.
He terminado el cuarto café en lo que llevo del día – dicen que el desvelo no es nada cuando hay ganas de por medio -.
Suena Elliott como todas las noches desde que comenzó este invierno macizo, este bloque de inconstancias.
Mis manos heladas apenas pueden seguir el ritmo de lo que siento que tengo que escribir; sigo escribiendo en un intento de hacer algo útil con el tiempo, este tiempo bastardo que pasa lento cuando quiere y pasa rápido cuando sabe que no debería.
Me siento a escribir para dejar de pensar en lo que va a pasar mañana. Escribo porque extraño las rutas y a veces siento que ya no puedo cargar con la mutilación del sedentarismo. Me siento a escribir inquieta, virando las piernas hacia un lado y hacia el otro porque extraño la costumbre de estar en movimiento.
El último viaje me ha partido al medio. He quedado abierta como un fruto y esto ha sido sólo para ver si estoy madura.
Siento que he cambiado, y sobre esto último me es difícil escribir porque ni siquiera yo entiendo que me pasa. Pero he cambiado, y estoy inquieta, y busco excusas para hacer algo útil con mi tiempo para no pensar que el tiempo pasa y sigo quieta.
Quizás debería dejar de escuchar a Elliott. Quizás debería renunciar a esta ansiedad que me deja sin calcio en los huesos y me somete a la inercia. Quizás debería inventarme un verano.
Pero he cambiado, y ya no puedo mirar hacia otro lado. “No ocultes tus aullidos” decía un poema por la tarde, y ésta que soy renuncia a cerrarse porque ya he probado la nicotina de escribir la ventana la tierra el fuego las ciudades las cartas los dedos los jugos la voz el eco la voz.
Y me abro mientras Elliott me habla de la Señorita Miseria.
Y me abro mientras la sangre se niega a fluir hasta la punta de la yema de mis dedos.
Y me abro mientras hoy he extrañado la rayuela en la casa de mi abuela.
Y me abro mientras el tiempo pasa, y ya no sé si pasa lento o pasa rápido, sólo sé que pasa y se va, y sigue siguiendo, y se me sigue yendo de las manos, como esta manía de escribir a casi las 3 de la mañana después de terminar el cuarto café en lo que llevo del día; y no he parado de pensar en todos los lugares del mundo que quiero conocer, ni en ti, ni en mis raíces, ni en la muerte de Elliott, ni en las cartas de Henry y Anaïs.
Pero me abro. Esta vez me abro yo para ver si estoy madura.Y me despojo del nombre, de la foto carnet, y escribo la Gran Nada.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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