Lo entiendo.
Dejé de buscar el remedio a esta locura de palabras que se escurren de las yemas de mis dedos hace rato.
Decidí entregarme al orgasmo de las 3 de la mañana que me provoca la poesía, o la prosa, o ambas.
No tengo miedo.
Y es que necesito escribir de esta forma: la forma del no-sentido, de los mil adjetivos gestando revolución; la forma de las comparaciones como metáforas corruptas, o los adverbios que caen derrotados indefectiblemente ante sustantivos que se jactan de su popularidad.
Lo entiendo.
Soy aledaña.
En un mapa que aún no se ha creado: aledaña.
En las historias benditas de niñas que comulgan desde los 10 años: aledaña.
En Buenos Aires pasada de alcohol y de drogas: aledaña.
En las clases académicas que hablan de medir los poemas: aledaña.
En la cama de él, y él, y el primero: aledaña.
En mi propia casa: aledaña.
Lo entiendo.
He trazado un recorrido de los lugares que quiero conocer. Existe sólo en mi memoria y carece de sentido (y es que para mí escribir y ver el mundo son la misma cosa).
Me di de lleno contra el muro de la muerte de terceros y atiné a esbozarles un último latido. El mar no ha podido conmigo, mas el océano…
Me declaro devota a mi imaginación, aunque a veces me deje sola y a la deriva. Me declaro bi-lingüe, bi-presente, bi-extremista, bi-sintiente; bi-nomia simple al cuadrado complejo.
Acepto mi debilidad para tomar decisiones y elegir entre él y vos, y él y yo, y vos y yo. Acepto el caos.
Lo entiendo.
Soy aledaña,
con mi boca, con mis manos, con vos, con las ciudades.
Soy casi tuya, casi mía, casi nuestra…
Y todavía estoy en construcción.

Imagen: Pinterest

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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