Hoy me acordé que alguien alguna vez me preguntó: ¿Y para qué viajás?
Decidí no responder y con mi silencio sembrar, posiblemente, la iniciativa de que esa persona buscara sus propias respuestas.
Sin embargo, la pregunta se quedó conmigo. Y es que viajar suscita tantas sensaciones que a veces siento que no me alcanza el cuerpo para contenerlas. Si tuviera que resumirlo diría que viajo para sentir más de la cuenta; para pararme frente a la inmensidad del Coliseo o la elegancia de la Torre Eiffel y sentirme ínfima, replantearme qué es lo que estoy buscando, hacia dónde quiero ir. 
Viajo para sentarme en los Jardines de Las Tullerías un sábado a la mañana, y darle forward a la siesta mientras una pareja lee el diario al lado mío; mientras lo que resta de sol entre las nubes me regala un ángulo de perfección sobre el agua de la fuente central. 
Viajo para caminar y encontrarme bandas folk que desnudan sus pies para sentir la tierra; para fotografiar la rutina de la gente suspendida de un extremo al otro de la calle: lavar la ropa, lavar las costumbres, enjuagar la rutina “a la italiana”.
Viajo para subir clones de escalones con destino a la Piazzale Michelangelo; subir y encontrarme con una de las vistas más bellas que tuve el privilegio de admirar; admirar la vista desglosando el sabor de un cono di gelato alla vaniglia (y que no me importe que el sol nos derrita a los dos).
Viajo para ofenderme con las ciudades antesala a mi regreso; para que afloren las sensaciones (todas), para desflorar los filtros: Madrid, te quiero – no te quiero – te quiero – no te quiero… Ok Madrid, hagamos las paces.

Sí, viajo para sentir más de la cuenta; viajo para aspirar la novedad de las ciudades, para que me relaten sus secretos al oído; viajo para dejar mis huellas digitales en sus muros y paredes…
Hoy leí una frase: Cómo dialogan los enamorados. Viajar, para mí, es entablar un diálogo de amor con cada ciudad que caminé, un diálogo implacable que se afianza con los 5 sentidos y se aferra en un abrazo interminable en el que no existen los relojes; un diálogo de amor que dura para toda la vida. Viajo para volver a casa.
The sound of the wind is whispering in your ear.
Can you feel it coming back?
Through the warmth, through the cold, keep running ‘til we’re there.
We’re coming home now, we’re coming home now.
The sound of the wind is whispering in your ear.
Can you feel it coming back?
Through the warmth, through the cold, keep running ‘til we’re there.
We’re coming home now, we’re coming home now.
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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