A veces siento que si retengo la mirada demasiado, pueda olvidarme de mí; olvidarme de quién soy, de dónde vengo; de las reglas, lo correcto, y de lo exactamente neutro.
A veces siento que si retengo la memoria, pueda irme y no volver; pausar por tanto tiempo las noches 5 estrellas que mi corona rostizada se trunque en una de ellas.
Y es que busco demasiado, siempre. Busco amor, y ciudades, y sonrisas, y ganas, y orden. Busco demasiado, pero hay partes que busco y me cuesta confesar; y caos, y desorden, y manos que se marcan en la piel; intensidad cruda, roída; besos de esos que te los dan, y resucitan a un muerto.
A veces siento que si confieso todo lo pienso, apuesto el doble y pierdo todo; y pienso todo lo que siento, y lo re-pienso; y lo decanto por mi engranaje racional una y mil veces… y así me va, lo pierdo todo de igual forma. Ni esto ni aquello, ni uno ni otro; ni Buenos Aires, ni París; ni el sismo ni la tormenta (y qué lindo debe ser bailar bajo la lluvia).
¿Y para cuándo el dejar de buscar? Me cuestiono, auto-cuestiono. Sigo buscando, y en este caso, respuestas. Analizo y sobre-analizo. ¿Y para cuándo dejar de pensar? ¿Para cuándo dejar de cuestionar las teorías del universo y el sistema solar? ¿Por qué se esconde el sol? ¿Por qué el sol tiene miedo de acostarse con la luna?
A veces las teorías de exposición a la luz; las tardes que se hacen de noche, y mejor así. Lo implícito; lo que no se puede tocar. A veces las canciones de cama; el fuego que acurruca el beso francés que devino a fantasma; lo que no hice, lo que vi después de tiempo.
Y es que busco demasiado, y a veces busco más… y de tanto buscar, en vez de encontrar, termino perdiendo.