Hoy la fiebre. Hoy las palabras jalando mi mano para levantarme de la cama. Hoy la intensidad a flor de piel, en formato casi-más-que-nunca (¿o es la fiebre?)
Hoy la música clásica. y los videos de la torre Eiffel; los recuerdos, las sensaciones indelebles; los sentimientos que corren como La Seine y me deslumbran con un brillo que aparca en sus ondas, un brillo también indeleble: el brillo de las primeras veces.
Mi primera noche en Europa fue coronada con la excelencia de la torre (¿cómo olvidarme esa noche?). La bienvenida de una torre magna iluminándose en escala ascendente ante mis ojos vírgenes de viajes. Primera vez en Europa, primer viaje por placer, primera ciudad: París, París y su torre (¿cómo no enamorarme de París?). 
Primeras veces. La primera vez que empecé a creer en la magia de una noche, donde todo parecía complotarse para dejarme sin aliento. El Arco del Triunfo iluminado; mis fotos con destellos de automóvil. Esa noche las estrellas bajaron hasta el suelo para deslumbrarme, para asegurarse de que fuera inolvidable.
París y su música. Los pulmones sinfonía. Los callejones que destilan neón por las paredes. La puesta del sol (y, Dios, qué belleza). Las formas de los edificios levantándose de la siesta con la luz de atardecer. Yo pensando: Éste podría ser mi lugar en el mundo.
Hoy la música clásica: Chopin. La primera vez que comencé a enamorarme de la música clásica fue en Praga, en una noche de ópera. Hoy las recetas culinarias extranjeras (y antes de viajar no me gustaba la cocina). Hoy la fiebre en el termómetro, que se siente menos fiebre por la pasión que corre adentro, o quizá no, quizá más febril aún, pero fuera del termómetro, encendiendo mi esencia.
Recuerdo mi viaje de hace dos años atrás y siento mi corazón incinerarse. Pienso en los cambios desde el viaje, y ardo, y me quemo, y me convierto en polvo. Ya no me importa que el viento me lleve. Ya no me importa ser etérea.
Este es un viaje que en el calendario duró 20 días, y sin embargo, sin embargo hasta hoy siento su impacto, como una colisión en cámara lenta de la que no me importa ser víctima.
Cuando pienso en viajar, mi corazón se expande más de la cuenta. Cuando pienso en viajar me desnudo de la piel, y debajo visto un collage de ciudades, sensaciones, aromas, rostros de una sola vez; un collage de ríos, puentes y canciones internas; un collage de intensidad plena, desafiando los días, los meses, los años.
¿Y por qué te gusta viajar? Porque viajar es un amor para toda la vida.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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