“Un sueño que sueñas solo es sólo un sueño. Un sueño que sueñas con alguien es una realidad.”
– John Lennon
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¿Alguna vez lloraron de felicidad? ¿Alguna vez lloraron de felicidad caminando por la calle? Yo sí, hoy, por primera vez; y ésta es la historia:
Hoy tocó el día de crecerme las responsabilidades. Hoy tocó el día de trámites con tendencia independiente. Abrí una pestaña del navegador, refresqué los documentos requeridos para la inscripción-monotributo, y entonces click (click en la pc y click interno).
Hoy no recurrí al lacio artifical; no me pinté las uñas de colores aptos para invierno; no cepillé mis puntas. Hoy mis puntas como ondas que fluyen, como el agua, y mis labios rosa vibrante intensidad. Hoy por fuera como por dentro.
Junté los papeles y revisé mi cartera para asegurarme de llevar lo necesario: billetera, documento y música para el camino, no necesito nada más. Saber que es viernes y ya no existen los horarios de oficina. Saber que es viernes y es día de sol. Saber que ahora espero el viernes para escribir en Infobae, y no para dejarme fluir fuera de paredes, filas y columnas.
Salir a caminar. Arriba el cielo celeste pleno, no hay nubes. En mis headphones Ray Lamontagne con Without Words: Sin palabras. Hoy un día en el que las palabras no me alcanzan para expresarme. Mis pensamientos van a la velocidad de la luz. Hoy me divido en gajos y miro desde afuera la intensidad del fenómeno felicidad.
Recuerdo las palabras maternales: la felicidad de ustedes es mi felicidad. Ahora tomo con mis manos esa frase, como si fuera de cristal; la acuno entre mis manos; me revela su belleza a plena luz de un cielo sin nubes, en un viernes de invierno, en el frío de julio.
La felicidad de ustedes, las personas que componen mi vida: los que comparten mis días, los que me hacen sonreír, los que leen, los que escriben; las amistades, los hermanos de sangre y hermanos del corazón; las personas que ya no están a nivel físico pero que siguen presentes en todo lo aprendido.
Entonces, en medio de la revelación, no del concepto de felicidad, sino de mi propia definición de felicidad, llegué hasta la puerta de la administración pública. Presenté los papeles, completé el formulario, me tomaron la foto, y me despidieron con otra frase: Ya sos autónoma.
Autónoma; una palabra que podría pasar desapercibida, si no fuera por lo que significa para mí. Autónoma (y la repito para adentro). Ahora soy autónoma en papeles, ahora soy autónoma en empleo, sí; pero hace casi un año, autónoma en la vida. Autónoma en cada letra que compone esa palabra. Autónoma porque no existen los teléfonos al cielo. Autónoma porque ahora ya no más consejos paternales a las 7 de la tarde entre mates; ahora mis decisiones, el peso de mis decisiones. Mis decisiones, autónomas. Ahora los abrazos que me doy a mí misma con la misma calidez del abrazo de mamá; abrazos también autónomos.
Entonces, en medio de la revelación, no del concepto de autonomía, sino de mi propia definición de autonomía, comienza a sonar la canción que copio abajo; y miro al cielo: sí, celeste pleno; y el sol no me deja ver del todo bien; y el viento sopla y me despeina, pero ya no importa. Camino. Hoy estoy, hoy soy. Hoy soy autónoma, hoy soy feliz, hoy puedo ver este cielo y su belleza plena; hoy la contradicción del frio de julio en encastre perfecto con el sol de invierno; hoy las ganas; hoy las amistades, y las risas; los mensajes, y las llamadas, y las fotos; las lecturas que hacen bien al corazón; las lágrimas. Mirar al cielo y preguntarme: ¿estaría tan despierta de no haber vivido todo lo vivido?
Entonces, la plenitud del cielo, de la luz y de mis lágrimas. Sentir que el corazón crece en magnitudes sin palabras (como la canción cuando partí), que el corazón vibra. Saber que quizás no encuentre respuesta a esa pregunta. Todo lo que sé es que hoy estoy, hoy soy; y con eso es suficiente.