París de mi vida:
Quisiera comenzar a intentar a explicarte el magnetismo que se arrastra por debajo de mi piel. Quisiera comenzar a intentar describirte; entonces me vería inmersa en una tarea kilométrica; entonces la casi eternidad… y vale la pena intentarlo (o al menos comenzar).
Tu rostro me trae tormentas dentro de vidrieras, dentro de ventanas, dentro de las luces de la Torre que corona tu nostalgia (o mía, o nuestra).
Quisiera comenzar a perpetuarte en mi memoria, o quizás ya lo hice, o quizás eso es lo que hago al escribirte, o intentar describirte.
Tu intensidad elabora juicios sobre mis cánones de belleza, y me lleva a otro nivel, probablemente tan alto como subirse a la cumbre de tus luces contracielo.
Para mí, tu rostro es sinónimo de poesía. Te viví bajo la lluvia como uno de los poemas más exquisitos. Con mi lengua desglosé tu fragancia a café de media tarde, acurrucado en tazas blancas, estirando sus abrazos para alcanzar mi miedo al frío, o a la noche, o a la infrasoledad.
Te camino y tus aceras destilan jazz de años ’30. Debajo de tu “vísteme sastrero” encuentro la pureza de las líneas (o entre líneas) que me invitan a leerte. Tu seducción me confronta con claras intenciones de bajarme hasta el infierno del deseo. Entonces te camino y camino hasta tu cama. Desarmamos las sábanas contagiándolas de música, plasmando sinfonías de ante mano con las manos, y los dedos, y los ojos. Prensamos miradas correntada que nos vuelven río. Fluímos juntos en versión horizontal; perspicaces; sin miedo a los pre-conceptos ni a los pre-juicios. Somos una fotografía agitada; reticentes a la prolijidad; desafiando convenciones de correcto e incorrecto; contagiándonos el aire por la boca.
Tus estrellas brillan en silencio, como queriendo conquistarme desde el susurro más bajo de lo más alto del amor. Ni todas tus torres, ni todas tus cúspides, ni tu molino rojo… Te deseo por tu sinsabor, en tus no-luces, en tus días de cielos no-despejados; en tu lado B. Te deseo en forma intermitente, “neónico”, intensivo; en tu perfil azul.
París, quisiera comenzar a intentar explicarte lo que siento cuando te veo plasmado en mi pantalla; entonces recuerdo: las mejores sensaciones de la vida suelen no tener explicación.