Hablemos. Hablemos de los paréntesis, de las palabras sufragio. Hablamos de mi contagio de olvido y de los acentos de lengua en peligro de extinción. Hablemos de física, o no; mejor, magnetismo.
Hablemos de que tenemos que hablar, pero a la hora de hacerlo la cita me esquiva; y me percibo cautiva de tus palabras exilio; y mis palabras expiran, buscan fluir en tus mares que más que negros, oscuros; que más que medi-terráneos, mudan(se) a ser sub-terráneos.
Tenemos que hablar, pero primero conmigo; y mi reflejo me cuenta que tiene ganas de verte. Que por las tardes me anclo en un rincón de tu Nilo, y que tu mística triste me tiene atada de un hilo. Que en el sopor de tu incendio quiero incendiarte en caricias; que el que no busca no encuentra, y el que no dice, desdicha.
Y es que podría decirte que en esta mesa ajedrez me van ganando los miedos. Y que en mi almohada te encuentro sintonizándome el juego, desprestigiando rivales para decirte que sí.
Y podría decirte que mi piel: papel secante, que mi centro: Chernóbil. Que tu silencio equivale a vil de tinta indeleble, y que sorteás no-miradas que me convierten en calco. Que apuesto toda mi suerte a generar tempestades para volarte la casa con base orgullo y prejuicio.
Y debería decirte que no me importa quemarme. Debería decírtelo para que lo sepas. Debería decírtelo aunque quizás te lo olvides en un rincón de mochila. Debería decírtelo por una cuestión de supervivencia: mi cavidad coronaria no admite más inquilinos.
Y es que tendríamos que hablar de tantas cosas, sismo. Podríamos hablar de dejar que la química que nos explota el ensayo se amalgame a la distancia que equivale a un suspiro. Que te prefiero reverberando en mi sonrisa infante, rebalsándome los surcos con tu humedad de fantasma.
Y es en días como este en los que más me cuesta decir tenemos que hablar; y de verdad sería un placer poder volver a aplazarlo, pero no; mejor desenredarnos los mundos esta noche, mejor la música: