Primer día del desafío 365 days of writing.

Primer día. 
Pienso en los primeros días… en las primeras veces.
Pienso en el primer día de Sweet is my middle name, y en lo distinta que era hace un mes atrás.
Pienso en los cambios entre líneas y en los miedos puestos contra el paredón.
Pienso en las risas perdidas, las risas buscadas; 
Pienso en mis amigas hermanas; en los abrazos rotos y las caricias inolvidables.
Pienso en todas las estrofas, todos los versos, y todos los diálogos. 
Pienso en irme por las ramas, y escalar tan alto que subo a la cúspide de mis incoherencias, y termino escribiendo por escribir, como ahora; con mis huellas dactilares peinando las letras sin excusas, trenzando su sendero sobre la marcha, como en la vida misma (“Caminante no hay camino, se hace camino al andar“)
Pienso en este listado. Pienso en que no recuerdo las primeras veces de este listado. Y es que ¿cómo recordar la primera vez que uno ríe, o llora, o siente?
Pienso en la primera vez escuché los Beatles, y eso indefectiblemente me lleva a pensar en mi papá remarcando el ritmo de Ringo sobre la cerámica, subrayando las notas importantes con su pisada-resaltador.
Pienso en la primera vez que recibí a mi mamá con una noche italiana made in Argentina de pizzas caseras y nostalgia de albahaca.
Pienso en mi primer viaje transatlántico. Pienso en mi primer viaje transtlántico y suspiro. Pienso en mi primer viaje transtlántico, suspiro y mi corazón se expande más de la cuenta.
Hoy por tercera vez miré todas mis fotos y recordé todas las primeras veces: 
La primera vez que dejé un puñado de sueños durmiendo la siesta en una plaza veneciana.
La primera vez que mis pupilas quedaron estacadas en el contraste entre un plasma de cielo y las remeras gondolieri.
La primera vez que navegué por el Sena, y la torre se fue desnudando de forma lenta y suave para no avasallarme con tanta elegancia.
La primera vez que estuve en una ópera. La primera vez que estuve en una ópera en Viena.
Las primeras veces que me sentí ínfima: Torre Eiffel – Plaza de los Héroes – Coliseo – Sagrada Familia.
Pienso en mi primer viaje transatlántico y siento que me espera una valija con palabras del otro lado del océano.
Pienso en el post anterior y pienso en Transatlanticismo, y en transatlántico (de nuevo). Pienso en cruzar, y seguir cruzando, como ayer. 
Pienso en que mis pies marcan mis latidos por cuestión hereditaria, les gusta marcarlo en suelo argentino. Pienso en las historias que aún no escribí y en el clon corazón que dejé en París (¿es posible tener dos corazones?)
Pienso en dejar de pensar. Releo el post de Metamorfosis. Abro una pestaña. Busco Danubio Azul. Es la primera vez que veo este concierto. En mi mirada empieza a garuar, y me acuerdo de mi primera tarde de lluvia en París.
Intento dejar de pensar y vuelvo a cruzar. Estoy en París y es mi primera tarde en el Barrio Latino; mi primera lluvia sin el perfume al asfalto sabor Buenos Aires. Pienso en el aroma a café, el acento francés, y en las cinturas ceñidas de pilotos importados, que parecen salidas de Breakfast at Tiffany’s. Camino. Fotografío y sigo caminando. La noche neón combina bien con mi cuadro de cámara. Cierro los ojos. Escucho el vals, me pierdo en el vals; me vuelco en el vals, entera y sin diluir. 
Al fin logro dejar de pensar y empiezo a sentir; mi corazón se expande todavía un poco más (por segunda vez, ¿o será la milésima?). No lo sé, creo que perdí la cuenta.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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