“Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.” 
Mario Benedetti
Las palabras me llamaron. Me gritaron desde el living. Su voz recorrió el pasillo de entrada, rebotó contra la pared perchero, acarició mi tapado y mi chalina roja curioso, y finalmente impactó contra mi rostro como una cachetada, así, repentina, sin preámbulos.
La cena puede esperar – pensé, y me dejé llevar de las narices. Estaba cocinando “empanada gallega” y pensando en el día en el que mi mamá me pasó la receta. Pensaba en lo rica que queda con una pizca de azúcar (mientras decantaba el sabor re-lleno por mi lengua); pensaba en que ella no me había enseñado a sumarle azúcar, en que ese había sido un ingrediente propio.  Y pensaba, y seguía pensando…
Y mis neuronas no cesan, mis sesos no paran de auto-rebanarse con cuchilla racional (en mi tablón de los placeres culposos). Imagino mi mente, le asigno la fotografía de una fila de lockers, hileras de filas, infinitas, invasivas.

Hoy, hace exactamente media hora atrás, en un locker mi mamá, en otro, la receta; en otro, la voz de las palabras saliendo a mi encuentro, y en otro, él. Él. Me detengo a pensar en él, y los otros casilleros se vuelven minúsculos. El sólo detenerme a pensar en él implica tormenta, huracán. Pienso en él y los casilleros vecinos se sacuden el hierro a convulsiones, me anulo, me pierdo, viajo. Viajo a otra galaxia, gravito. Y gravito y lo pienso, y me acuerdo de su mirada cansada de correr. Pienso en que, a pesar de su cansancio, me conmueve, me electriza; y Sol pasa a ser la sombra de una grandísima nada, una nada que flota en una galaxia adentro de otra galaxia. Pienso en el deseo, en lo inalcanzable, en cómo se atan las manos y se acordonan los pies porque les gusta caminar juntos.

Me empaco. Me quiero quedar a vivir en ese locker, guardarme y perder la llave. Dejarme olvidada. Curarlo. Curarle la melancolía de los placeres ajenos. Desgastarle las pupilas tras el roce con las mías. Peinarle la mejilla con mis dedos y endulzarle los oídos con un silencio que podamos pronunciar entre los dos. Permitirle a mis labios ser cauce-adrenalina, causa de antídoto. Qué locker complejo. Head vs. Heart. Decir vs. Pensar vs. Hacer. La eterna batalla en la que dejo una fracción todos los días. Soy accionista. Tengo fe y miedo en proporciones iguales. 
Me aglutino. Armo un motín en mi hemisferio izquierdo. Le vierto un poco de café con leche, lo mezclo. Le agrego poesía, dramatismo; violín, intensidad; lo vuelvo a mezclar. Le agrego azúcar. Me agrego. Soy calórica, porosa; vengo en distintos colores. Quiero endulzarle la tristeza que guarda en la mochila. Y seguir curando. Disolverme en él. Dispersarle las dudas de a cucharadas. Ser energía. Hacer un pacto con la química y alborotarle el conformismo, desordenarle la zona de confort. Lo quiero cuajado, cercano al vencimiento de optimismo. Lo quiero a él. 
[Es hora de volver a la cocina.]
Pienso en lo delicioso que queda el relleno con una pizca de azúcar (mientras vuelve a decantar el sabor re-lleno por mi lengua)… Y pienso: pensar que es un ingrediente propio 



ANTESALA DEL LECTOR:

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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