La siguiente es la historia de un amor que latía al compás de un tambor domesticado, un amor desaliñado, de torpe caminar, pero con un lazo compacto, casi tangible. Un amor real, y la Historia de un Viaje de (V)ida.
Ella bailaba con otro, él la observaba, en silencio, calculando su próximo movimiento. Parecía decidido. Ante el más mínimo vestigio de incomodidad en su mirada, se animaría a avanzar (y así lo hizo). Ésta era una competencia que ya sabía ganada. Lento, algo desgarbado, pero con una seguridad de pasos agigantados, la arrebató de las manos de su rival de pista para sacarla a bailar.
Jorge era un hombre corazón-coraza. Su conjunto preferido era el de héroe y protagonista (creo que le gustaría ser el centro de las miradas que hoy lo leen a través de mis palabras). Era un hombre de grandes gestos, gestos fugaces, de esos que se caracterizan por su regularidad cósmica.
Cristina era una luz de sonrisa y una sonrisa luciérnaga. Su pelo oscuro y su tez almendra deslumbraban con la intensidad del sol y la inmensidad de un continente conquistador. La amabilidad de su mirada invitaba a querer conocerla. Era de esas mujeres que uno siente que ya conoce de antes, del mes pasado, del año anterior, o quizás, de otra vida.
La noche que se conocieron marcó el comienzo de un camino común, una ruta compartida de viajes a corto plazo, de tropiezos, de inseguridades, de compañerismo, de incongruencias, de compatibilidades.
Su historia se fue ondulando en el tiempo, y sus pies cansados acomodaron su objetivo en un horizonte de rutina tornasolada. Por momentos se levantaba erguida, orgullosa de lo que era: una historia de amor. Mientras que otras veces agachaba la cabeza, temerosa a perder el set que se había propuesto jugar con una contrincante ambigua, cuyo nombre propio empieza con V, y termina con IDA. IDA, tres letras, una palabra, una palabra que podría medirse en longitud suspiros, y con magnitud movilizadora. Esta historia habla sobre un VIAJE de IDA (viaje, anotarla como palabra clave).
Siempre estaban yendo hacia algún lado, pero le habían perdido el rastro a la improvisación, y las risas a veces se mostraban esquivas, estacionales.
Siempre estaban yendo hacia algún lado, pero le habían perdido el rastro a la improvisación, y las risas a veces se mostraban esquivas, estacionales.
En la tercera góndola del segundo pasillo del sector Coraje, los packs de aventura figuraban agotados, pero a pesar de ello, su capacidad de asombro nunca torcía el brazo, y en un intento de cambiar fichas, se dejaban maravillar por caminatas de veredas elásticas, la calidez del sol de primavera y el silbido ahogado de la bombilla del mate.
Ahora retomemos nuestra palabra clave: Viaje. Viaje es una palabra infinita, maleable, extraordinariamente camaleónica, tanto que sirve de estandarte para la historia de Jorge & Cristina, que eligió quedar grabada como un viaje hacia el ocaso, pero no hacia el ocaso de un amor, sino el ocaso de la Vida:
Jorge fue internado una noche de agosto. El médico había sido claro. El cáncer había avanzado lo suficiente como para que él decidiera dejar sus maletas al costado del camino. Con su espalda cansada y un rostro que variaba entre la nostalgia y la parsimonia, el hombre con risa de niño y humor salitre contemplaba a Cristina queriéndola alcanzar, pero sus pies corrían en reversa. Ella, se mostraba como la mujer que era, que siempre había sido, forjada en un taller de campo, inoxidable, firme, valiente, con ojos de alma y el alma colmada de amor. Sin embargo, su compañero de viaje se estaba escurriendo entre sus dedos, y de repente se sentía perdida, buscando sintonizar un canal de programación retrospectiva.
Fue entonces cuando Jorge intentó volver a cargar sus valijas, pero el peso lo excedía. Volvió a bajarlas para alivianarse las manos (y el corazón) y sujetar las manos de Cristina. En una mirada pronunció que todo va a estar bien, que algún día volverían a encontrarse, quizás a mil nubes de distancia, y que el cielo iba a ser mejor pista para sus bailes de invierno; que en ese lugar, donde la música no deja de sonar, él la volvería a arrebatar de las manos de otro rival, aunque esa vez tuviera halo.
Así, una noche de noviembre de 2010, y casi 25 años después de conocerse, Jorge disolvió su cuerpo para consolidarse en la eternidad de una página impalpable.
Cuenta la leyenda que 3 años después Cristina & Jorge se volvieron a encontrar, y que ahora, cada vez que sus hijas miran al cielo, los ven pasar vestidos de blanco, con perfil de ventanas y corazón de motor; con destino incierto, pero viajando juntos.
Fin.
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Te hago un lugar en la almohada de mi eternidad
Bailemos con la vista en el cielo y el corazón en las nubes