Veo, Veo: …Desde el cielo

Tengo que aprender a volar entre tanta gente de pie.
– Luis Alberto Spinetta



La Cumbre tiene un apartado especial entre mis historias de viaje (véase Transatlanticismo & yo). Probablemente debería dedicarle un capítulo entero de tantas notas que tengo ganas de leerle al oído. Y es que esta pequeña porción de tierra ha aprendido a convertirse en mi pequeño paraíso. Un paraíso de carácter empinado y actitud frondosa, el paraíso más alto de mi clase.
Sin embargo, en esta ocasión voy a limitarme a dedicarle sólo algunos párrafos, aferrándome a aquella vez que me mostró su costado más cautivante, aquella vez que bailé entre sus nubes y aprendí a fotografiar con los ojos.
Jamás imaginé que las sierras de Córdoba se convertirían en mi red de contención, jamás imaginé que iba a volar. Sí, “volar”, ese concepto que parece tan lejano para nosotros, caminantes. Eso que envidiamos de los pájaros y simulamos en versión acotada a través de la ventana de un avión… eso que no sabemos bien qué es, pero sabemos que debe sentirse bien.
Carta aérea.
Desde el cielo, las sierras son más bien un manto con trama color naturaleza, un dibujo curvilíneo con tendencia infinita, o al menos así parece hasta que intersecta con caminos que, desde mi palco, parecen firmas autorizadas en un cuaderno de carreteras. Los autos, como buenas hormigas viajeras, reemplazan el alimento por maletas. Intento contarlos, pero son demasiado diminutos como para llevar la cuenta.
Desde el cielo me percibo público de un concierto del viento. Esta ópera no requiere invitación ni códigos de etiqueta. Escucho absorta un sinfín de silbidos que se entrelazan en el aire, componiendo la melodía más hermosa y espontánea de mi vida.
En el cielo me convierto en péndulo, mi hamaca es invisible. Los rayos del sol vienen a jugar conmigo. Qué lindo sentir su calidez dorada cuando cierro los ojos. Las nubes se suman a nuestro juego, no quieren quedarse atrás. En este arenero todos somos iguales… creo que gracias a mi decisión de volar les caí bien.
Me gusta pensar que alguna vez volé.
Me gusta acordarme de cómo me sentí.
Y acordarme de lo que pensé… me encanta.

Cuando volvíamos de la rampa, le dije a mi prima que en todo el vuelo tenía una canción en mente, un tema que canté hacia adentro, casi en puntas de pie, para adornar lo que sentía. Y cuando me preguntó cuál era la canción, respondí: Ésta (casualmente, la misma canción que estaba sonando):

Eterno agradecimiento:
Mariano Baccola & Parapente Córdoba, Rampa “Cuchi Corral”

Es un juego que jugamos muchas veces cuando éramos chiquitos. Y ahora queremos seguir jugándolo. Es una excusa para conocer lugares de la mano de otros viajeros, contarnos historias, viajar aunque no tengamos la oportunidad de hacerlo, conocer otros viajeros que andan dando vueltas por el mundo
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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