Ésta es una historia poco convencional. No es una historia en clave romántica, pero, aún así, no deja de ser una historia de amor.
La protagonista de esta historia ahora es un ángel, una estrella más en mis constelaciones de buena fortuna. Es un ejemplo de vida, de lucha, de insomnios de secundario, secretaria ad honorem de tareas del colegio, chef de tostadas con café con leche.
Nuestro viaje comenzó en septiembre de 2012. Jamás pensé que iba a viajar a Europa. El viaje se plantó en mi agenda de primavera como el gran acontecimiento del año, de esos que no se olvidan, y aún así, nunca imaginé que su magnitud trazaría un antes y un después en mi vida: 1. Porque despertaría una nueva pasión (probablemente más latente que nueva), y 2. Porque sería el último viaje con mi compañera de ruta preferida, mi ejemplo, mi luz, mi compañera de vida.
Nuestro itinerario estaba redactado con pequeños fragmentos de felicidad en letra chica. Fuimos espectadoras de las funciones gratuitas del Reloj Astronómico de Praga, sublimamos nuestro espíritu fílmico navegando en una góndola veneciana, nos enamoramos de las ruinas romanas, y nuestra noche inaugural fue coronada con la presentación oficial de la dama de hierro, esa que brilla con la intensidad de un millón de estrellas, y que determinaría el comienzo de nuestra aventura europea, recibiéndonos vestida de fiesta en lo que sería una noche inolvidable.
El episodio de nuestra pequeña travesía con mayor rating se dio una mañana, bajo un sol resplandeciente y nubes desplazadas a través del cielo en forma lineal (¿será que se agotaron de que intentemos adivinar sus formas, o tal vez intentaban servir de renglones para nuestra crónica?). Montmartre nos abrió sus puertas con esa magia que destila París, condensada en contrastes y frases al paso en idioma autóctono, sin subtítulos. Los adoquines corrían para posicionarse delante de nuestros pasos, nuestro camino se iba construyendo a medida que avanzábamos, no sabíamos bien hacia donde nos dirigíamos pero sí sabíamos que sucedería algo grande.
Una voz despampanante con ganas de ser Edith Piaf audicionó como banda de sonido del momento, y ganó el papel. Los árboles, talentosos, se animaron a servir de flechas, indicándonos que íbamos en la dirección correcta. Entonces, justo cuando ya nos habíamos acostumbrado a tenerlos de sidecar, el cielo bajo a la tierra, o la tierra subió al cielo… o quizás ambos: la ciudad nos mostró su mejor cara, y la contemplamos atónitas, tratando de guardar indeleblemente cada uno de sus rasgos en nuestro disco duro fotográfico.
De repente, oímos un susurro lo suficientemente claro como para voltearnos, y ahí estaba, el Sagrado Corazón, Corazón de Montmartre y Corazón de nuestra historia. Mientras La Vie en Rose sonaba en tempo ilusión, ascendimos por sus escaleras, con paso firme y el alma en las manos.
Creo que no existen palabras para describir lo que sentí al ingresar. Pero sí existen palabras para describir lo que pasó: ahí estaba, uno de los momentos más mágicos de mis entonces 26 años de vida.
Todo lo que había pasado me había guiado a este momento, a este lugar, a estar con ella.
Nos miramos, nos tomamos de la mano y en ese instante no fueron necesarias las palabras. Con algunas lágrimas tímidas que se deslizaban por nuestras mejillas mellizas, ella y yo supimos que jamás olvidaríamos esa mañana de Septiembre en París en la que nuestro corazón fue más rojo que nunca, y nuestro lazo se consolidó Sagrado, para siempre.

Para mi mamá, donde sea que estés, y su “Vos podés”.
Acá estoy queriendo y pudiendo.

Siempre tendremos París…



PH: Sol Iametti
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

3 Comments
  1. Romántico por donde se mire. Imagino que volver a París debe ser un deseo constante, como esos sueños que se repiten en el inconsciente y no nos dejan en ningún momento, porque un corazón rojo nunca se olvida cierto? Por muy lejos que se vaya!!! Abrazos, abrazos!!

  2. Piel de gallina y mucho escalofrio al leerte Sol. Hermoso viaje a Montmartre, y al centro de esos dos corazones rojos, el tuyo y el de tu madre, que si alguna vez latieron al mismo ritmo, entonces ya quedan sincronizados para esta vida y la que viene. Seguí adelante, el mundo a tus pies… que como dice mamá, vos podés =)

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