“Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas donde vayas, el resto de tu vida.”
– Ernest Hemingway, París era una fiesta
Crónicas de una Argentina enamorada de París que viaja a Montevideo
“Frente al cabo de poca esperanza arrié mi bandera. Si me pierdo de vista esperadme en la lista de espera.” Con esa canción comenzó mi viaje “cruzando el charco”, con la canción más hermosa del mundo, o al menos de mi mundo, en este momento, ahora.
En mi cuaderno, viajar es igual a abrir el corazón. Me encanta pensar que cada destino me espera con los brazos abiertos y el corazón en puerta, preparado para contarme al oído los secretos de su belleza.
Mi hermana, mi amiga y yo llegamos a Montevideo después de una travesía (literal) en buque. Anclamos nuestros pies aporteñados en tierra Uruguaya con lluvia y frío. Mientras que para algunos esto podría haber sido un clima adverso, para mí fue un regalo improvisado… “De Uruguay para Sol.”
París me enseñó que la lluvia nos muestra la otra cara de la moneda de una ciudad, la menos festiva quizás, pero, a su vez, la más cautivante.
Una vez que pasamos el puerto empezamos a adentrarnos en Ciudad Vieja, y tuve la certeza de que mis ojos color Buenos Aires iban a ser colonizados por un sin fin de escenarios fotografía. No sabía hacia donde dirigir la mirada, y como consecuencia terminé desarrollando una mirada hiper-activa.
Las vértebras de la peatonal Sarandí nos deparaban rincones con aire parisino. Montevideo estaba en la palma de mi mano, envuelta en un pañuelo blanco, y dependía de mí ir desvistiéndola para que me revelara sus rasgos y atractivo europeo.
Su arquitectura se plantó en cada paso del camino, imponente, encendiendo mi adicción por la revelación de las formas y mi debilidad por las postales mentales.
Así se fue el primer día, deslizándose por la acera mojada de la Plaza Independencia, deleitándome con su contoneo y sus ribetes aéreos.
Ya en el segundo día, el sol irrumpió con un rey resplandor y nos llamó para invitarnos a pasar el día en la playa. Destino: Piriápolis, “La Ciudad Lineal”.
El puerto, las embarcaciones, las gaviotas, la arena… encanto, serenidad. Parecía ser que el cemento y el asfalto habían cedido paso a la fascinación náutica, conquistando mis orillas.
De regreso al hotel, la avenida 18 de Julio nos deparaba más señales made in Francia, pero ésta vez en forma de avisos & gráficas: Parisien, Paris je t’aime, Crepes… Era inevitable no enamorarme de Montevideo cuando me recordaba tanto a mi primer amor en las nubes: París. No podía dejar de ver similitudes en todas sus esquinas.
Entonces me dí cuenta: al partir de una ciudad nos llevamos una porción de ella en nuestra mochila, un souvenir invaluable, una fracción de recuerdos que viaja con nosotros a dónde sea que nos guíe el viento. Y eso fue lo que sentí con París y Montevideo. Mi experiencia en París me dio las herramientas necesarias para convertirme en una arquitecta transformadora, moldeando cada ciudad a partir de mi memoria, reemplazando la cal y el cemento por una nostalgia francófilo-indeleble.
Después de todo, depende de según cómo se mire… como en todos los aspectos de la vida.
Después de todo, depende de según cómo se mire… como en todos los aspectos de la vida.
ENCONTRAR LA INSPIRACIÓN EN LA LLUVIA…
TRAS LAS NUBES, EL SOL
FIN DE VIAJE, LA DESPEDIDA
PH: Sol Iametti
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