“Viajamos para cambiar, no de lugar, sino de ideas”. 
Hipólito Taine.
La idea de llevar un diario de viaje se fue dando más bien cómo algo espontáneo, se fue formando sobre la marcha y sobre una agenda desnuda (sí, soy de esas que compran una agenda para organizarse, sólo para que termine estacionada al lado del pilón de libros para leer).
Me encanta lo visual y soy recolectora de pequeños souvenirs de sucesos (o en lunfardo, “acumuladora de papelitos”), con lo cuál, al volver de mi viaje el año pasado, me encontré con un set de recuerdos demasiado chicos para guardar en un cajón, y demasiado significativos para deshecharlos.
Fue así como empezó mi historia de amor con los cuadernos de viaje (ahora evolucionados a cuadernos de vida). Como en cualquier relación, empezamos de a poco, construyendo las bases. Los momentos que pasábamos juntos eran breves pero intensos. Me gustaba saborear los recuerdos, cerrar los ojos y dejarme llevar a cada uno de los lugares que iba edificando con mi collage. Cada vez que un papel se volvía parte de mi agenda, le daba un tinte especial de adrenalina a mi día, salvándome de la rutina. Podría decirse que nos retroalimentábamos el uno al otro.
Esta idea documentarista se quedó conmigo, me eligió y yo la elegí. Fue así como después de los pasajes de avión, las entradas a museos, los tickets de subte y algún que otro planito, le siguieron las entradas a recitales, la entrada de la primera vez que me animé a ir sola al cine, o el ticket de micro del primer viaje que hice sola a La Cumbre, Córdoba, y me enamoré del Lago San Roque mientras sonaba Transatlanticism a través de mis headphones.
Creo que llevar un diario de vida es una de las decisiones más acertadas que se puede tener. No hay nada más bello que desmenuzar los buenos momentos y revivirlos una y otra vez. Es un juego que implica viajar en el espacio y en el tiempo, apelando a todos los sentidos.
Hace poco vi una película, Un invierno en la playa, y tomé nota mental con tinta indeleble de una frase: “Rusty, un escritor es la suma de sus experiencias”.
Supongo que mis cuaderno/agenda son, de una forma u otra, la materialización de esta idea. Sí, somos la suma de nuestras experiencias, pero por sobre todo, somos la suma de lo que sentimos a partir de ellas.
Soundtrack elegido: Elizabethtown

Casualidades del Inconsciente.

Itinerario cursi & semi prolijo
La primera ciudad, París (¿hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo?).
Revisar el bolso y encontrar un ticket de metro de Budapest…
La belleza de la vida del desorganizado.
La entrada al Castillo de Praga & el ticket de subte 
La isla bonita, Capri.
sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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