A pesar de haber decidido en mi calendario mental que los posts de Love Lessons salgan los miércoles, en este caso pensé en hacer una excepción, considerando que recientemente las redes sociales empapelaron sus paredes con melancolía sentimental como oda a uno de los films indies más populares de los últimos años: Blue Valentine.
Protagonizada por la “wonder couple”, Michelle Williams y Ryan Gosling, y bajo la dirección de Derek Cianfrance (quién también trabaja con Gosling en la recientemente estrenada “The Place Beyond the Pines“), Blue Valentine habla de un amor devenido en desamor, un amor despojado de todas las pinceladas empalagosas tan características de Hollywood.
Esta película no simula un cuento de hadas, no promete finales felices, no pretende ser…simplemente es. ¿Qué es? Un retrato (¿o deberíamos decir fotografía?) de la metamorfósis de un amor.
Con un desencanto genuino, los personajes van saliendo del capullo, ese en el que nos auto envolvemos al conocer por primera vez a alguien, semi-cegados por el imaginario que construímos a su alrededor, ese halo de divinidad y perfección, inconscientemente ilusorio. 
Así, una vez que se cierra el telón del enamoramiento inicial, y gracias al transcurso del tiempo, Cindy (Williams) se va desenamorando de Dean (Gosling), quién trata de remar ese mar de distancia comunicacional que se hace cada vez más extenso, y también más profundo.
Blue Valentine se planta como una entrega chillona, caprichosa, que quiere contar la historia, no de un amor verdadero, sino de un amor real, como puede vivir cualquiera de nosotros, aplastado por la rutina y vuelto a nacer, sólo para ser machacado nuevamente por las diferencias e imperfecciones revoltosas inherentes a cualquier relación humana.
Con imágenes coloreadas en tonalidades de invierno, el director salta de un punto temporal a otro, jugando con lo que fue y lo que es, siempre recordándole al espectador la importancia de mantener los pies sobre la tierra a través emociones crudas, rústicas, sin tapujos. Así nos va mostrando su capacidad de plasmar con la misma efectividad tanto besos intensos y momentos de conexión, como discusiones encendidas y desencuentros existenciales. 
Cianfrance apela a la melancolía como materia prima y va moldeando este gigante llamado realidad, esculpiendo inteligentemente con su cámara la silueta de un amor sin esqueleto, navegando las curvas de una historia que se consume para más tarde disolverse en el aire.
Pero lo más soslayante es la apuesta que hace guión a los opuestos complementarios. Para que haya desamor tuvo que haber existido amor, y a su vez, para que se propicie un nuevo amor, tuvo que haber un desamor previo. ¿Acaso los recuerdos de lo que alguna vez fue una relación serían tan bellos o parecerían tan impolutos si el tiempo presente no estuviera tan alejado de lo que imaginábamos?
Y es justamente esto lo que hace de Blue Valentine una película que triunfa a partir de un tropiezo: que no le tiene miedo a la caída.

sol

A los 10 años encontró refugio de la ciudad de la furia en una máquina de escribir. Más tarde conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces, se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.

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